Había una vez un niño que se llamaba Pablo, su padre Juan y su madre Juana y era un niño que quería todo, todos los juguetes para él, no compartía.
Ya había llegado el mes de diciembre y Pablo sólo pensaba en los regalos de Reyes. Tenía una lista que entregaría al paje de sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, pero cada vez que pasaba por delante de una juguetería se encaprichaba de un montón de regalos y juguetes que añadía a su lista. La lista de Pablo ya contaba con más de veinte juguetes.
Juana, la mamá de Pablo pensaba que era un niño muy egoísta y Juan el papá de Pablo no sabía qué hacer para que su hijo no fuera tan egoísta. Así que, papá y mamá le contaron que los Reyes Magos llegaban a casa de los niños de todo el mundo en camello y no era posible pedir tantos juguetes, además, si todos los niños pedían tantos, no habrían suficientes juguetes para todos.
Pero Pablo no lo entendía, por eso se enfadó con tus padres y se fue a su habitación.
Al día siguiente, papá y mamá decidieron ver si lo convencían haciéndole ver que tantos juguetes no cabrían en su habitación y pidieron a Pablo que mirara a su alrededor se diera cuenta de que ni siquiera podía tener ordenados sus juguetes porque faltaba sitio para guardarlos. Pablo miró y se dio cuenta de que realmente la habitación estaba abarrotada de juguetes, los conservaba todos desde que era un bebé, nunca había regalado ningún juguete… y esto le hizo pensar que tal vez era un poquito egoísta.
Y ese día, como era lunes fue al colegio y allí la profesora preguntó a cada uno de sus alumnos cuantos juguetes pensaban pedir para Reyes. Para sorpresa de Pablo, todos los niños pedirían uno o dos juguetes y además, muchos de ellos regalarían sus juguetes de años anteriores a otros niños más necesitados que ellos… y esto le hizo pensar que tal vez era un poquito egoísta.
Nada más llegar a casa, cogió la carta que ya tenía preparada para entregar a sus Majestades los Reyes Magos y tachó varios de los juguetes que tenía pensado pedir. No obstante, a criterio de sus papás, la carta seguía siendo demasiado larga, sin embargo, estaban empezando a contentarse porque parecía que el pequeño Pablo se estaba concienciando para no ser tan egoísta y compartir un poquito más las cosas.
Al día siguiente, ya era martes y faltaba menos para el día de Reyes, por eso Juan y Juana propusieron a su hijo ir a comprar un bonito árbol de Navidad. De camino a la tienda, le dijeron a su hijo que estaban contentos por haber reducido juguetes de la lista pero que les gustaría que aún quitara alguno más y que una vez tuviera los nuevos juguetes fuera capaz de compartirlos con otros niños. Pablo contestó que pensaría en eliminar alguno más, pero que de compartir juguetes, ¡nada de nada!, Actitud que no gustó a sus papás.
Llegaron a la tienda y los árboles de Navidad estaban agotados, así que recorrieron tienda tras tienda en busca de un árbol, pero no encontraron ninguno. Y de casualidad, vieron a Jesús y sus papás saliendo de una tienda, justamente con dos árboles de Navidad recién comprados. Se saludaron las dos familias y Jesús pidió a sus papás que le regalaran uno de los dos árboles de Navidad a Pablo. Este gesto impresionó mucho al pequeño que quedó muy agradecido y de camino casa, en un momento en que alzó la cabeza, pudo ver una estrella fugaz. Pablo pensó que era el momento de pedir un deseo y pensó que si recibía únicamente dos juguetes el día de Reyes quedaría muy agradecido y además, los compartiría con otros niños.
Por fin llegó el ansiado día. Como tantos y tantos niños, Pablo se levantó muy pronto y la sorpresa que se llevó fue la más grande de su vida porque en el salón de su casa los Reyes Magos de Oriente le habían dejado muchos más de dos regalos. Inmediatamente, corrió a la habitación de sus padres, les contó lo sucedido y les dijo que compartía tal cantidad de regalos con otros muchos niños.
Desde aquel día, Pablo tuvo muchos más buenos amigos de lo que nunca había soñado, porque había aprendido a compartir.